MónTerrassa
Tragedias, leyendas negras y verdades en el icónico Hospital del Tórax

En los alrededores del antiguo Hospital del Tórax siempre hace viento. La carretera en zig-zag hasta llegar allí me parece infinita, y al bajar del coche solo siento los árboles susurrar movidos por el aire. «El hospital con más suicidios de España», «una enfermera asesinaba a los pacientes con una inyección», «los gritos aún resuenan entre los pasillos». En el estómago se me instala una sensación de angustia. Me pregunto qué hay de verdad detrás de todas estas historias de internet.

Franco inauguró el gran complejo sanitario en 1952 bajo el nombre Ciudad Sanatorial de Tarrasa como un centro especializado en la curación de la tuberculosis. Se emplazó en un lugar privilegiado, rodeado de campo y aislado de la civilización, y precisamente en Terrassa porque era la ciudad con menos afectados por la enfermedad en toda España. El centro empezó funcionando con buena asistencia médica y atención al paciente, pero con los años su orden y gestión empeoraron. A finales de los años sesenta el caos reinaba en el edificio y se documentaron varios casos de suicidio por defenestración.

En un informe sobre el funcionamiento del Hospital del Tórax, Pere Miret i Cuadras, que fue su último director, escribía que en 1972 el sanatorio «había llegado a un extremo de degradación difícil de explicar». Hoy, este pasado ha quedado atrás y el complejo sanitario se ha convertido desde 2005 en el Parc Audiovisual de Catalunya, con platós televisivos donde se han grabado películas como El fotógrafo de Mauthausen o Un Monstruo viene a verme, o programas como Operación Triunfo. Aun así, el misterio todavía rodea el edificio; algunos defienden que nunca ha tenido una historia tan oscura, otros la exageran, pero al menos sigue siendo un lugar de peregrinación para interesados en hechos paranormales y la vida del más allá.

Hospital del Tórax/Captura de pantalla

Boberías

«Todo eso de los fantasmas son boberías» murmura el agente de seguridad que vigila la entrada al complejo sanatorial y cinematográfico cuando le pregunto, con un poco de escepticismo, si se cree las leyendas. No me hace mucho caso e intenta echarme de la zona.

Actualmente, el Hospital del Tórax es solo uno de los edificios que forman parte del Parc Audiovisual de Catalunya, y está situado en el centro de varios platós, oficinas administrativas, y un restaurante donde se celebran eventos. Todo el complejo cinematográfico está rodeado por una valla y para poder acceder tiene una única puerta de acceso, controlada por un agente de seguridad.

Las dificultades para entrar han impedido que se hagan tantas expediciones y psicofonías como se hacían antes de que fuera parque audiovisual. Últimamente el vigilante tiene que controlar sobre todo a las fans de Operación Triunfo que quieren hablar con su favorito durante las ediciones del programa.

Thor Grimau, que ha trabajado como fotógrafo de rodajes en el Parc Audiovisual durante años y ahora hace visitas guiadas, asegura haber sentido presencias paranormales. «Todavía se oyen los gritos de dolor que hacían los pacientes cuando saltaban desde las terrazas». Aun así, tiene claro que en YouTube hay cientos de vídeos exagerados y falsificados, y que al visitar el Hospital del Tórax lo hacemos con «una visión cinematográfica de lo que creemos que veremos dentro».

Si entramos a la plataforma y buscamos «Hospital del Tórax» enseguida aparecen numerosos vídeos con música tenebrosa y voz distorsionada que explican asesinatos y suicidios. Los youtubers se encaminan a hacer una exploración al sanatorio y grabando los pasillos entre la oscuridad prometen oír voces y presencias extrañas.

En canales de streamers

En algunos casos se escucha una fuerte voz metálica que dice «hola» o «fuera de aquí». En otros, simplemente escriben en la pantalla lo que se supone que dicen las voces en la psicofonía y advierten que se debe subir mucho el volumen para oírlo. Teniéndolo al máximo continúo sin escuchar nada.

El Tórax ha llegado a aparecer en canales de streamers con millones de seguidores como el de Jordi Wild o en el programa Cuarto Milenio, cuando Iker Jiménez fue allí para hacer una Ouija. Al entrar espero ver sombras entre las ventanas, camas ensangrentadas y pintadas satánicas. No veo nada de eso más allá de algunas butacas sucias y rotas, pero sí noto un brusco cambio de temperatura y tengo que guardar las manos en los bolsillos para no congelármelas. Los pasillos tienen un aspecto tétrico, y nuestros pasos resuenan sobre las baldosas grises.

En 1973 un ciudadano de Terrassa, Jaume Boixadós, escribía una carta al diario Tarrasa Información para denunciar los muchos problemas que tenía el sanatorio. «La limpieza brilla por su ausencia y los alimentos son malos y poco variados».

En esta carta al director, con información que no fue pública de ninguna otra manera durante la época, el ciudadano también reclamaba la falta de personal del hospital. Afirmaba que durante la noche una enfermera podía llegar a hacerse cargo de dos o tres pisos del edificio, es decir, 150
pacientes.

«A finales de los sesenta la administración empieza a considerar que el hospital puede ser un gran negocio, y hacen numerosos recortes», explica Thor. «Es en este momento cuando las monjas que cuidaban a parte de los pacientes abandonan el sanatorio y el hospital del Tórax pasa de tener 500 trabajadores a tener 68». Unos enfermos que, continúa explicando el guía, compartían habitación con personas con diferentes tipos de patologías, no disponían de luz ni limpieza, y creían en numerosas supersticiones e historias paranormales.

Hospital-del-torax

«Los pacientes se automedicaban y el cuerpo de un muerto no se retiraba hasta algunas horas más tarde». Así, «si veías a alguien saltando del balcón, tú también pensabas en hacerlo». Según Thor, en este edificio, durante un período determinado, se llegaron a suicidar 21 pacientes en una semana.

En el frío del pasillo, que me cala los huesos, siento escalofríos con sus palabras. Me cuesta respirar a pesar de que el viento entra por todas las ventanas y quiero esconder las manos para no tocar nada de mi alrededor, que me parece sucio y pegajoso.

Me siento aliviada cuando salimos del hospital para ir a la capilla que tenía el complejo sanitario. Aquí la temperatura es más templada. Años atrás, en esta iglesia había pintadas satánicas y cruces invertidas porque se reunía una secta. Desde la creación del Parc Audiovisual fue restaurada, y el ambiente abandona la frivolidad del sanatorio.

Carmen Cruz fue enfermera del Tórax durante 14 años, y ocupó una de aquellas plazas que habían abandonado las monjas. Su experiencia se aleja totalmente de lo que me contaba el guía. «En los años que trabajé allí se tiraron dos personas». Siente rabia por la mala imagen que se ha «construido» del sanatorio, y repite que «solo tiene cosas buenas que decir». «¿Fantasmas de qué? Todo eso se lo hace la gente en su cabeza».

Dejó de trabajar en el complejo sanitario cuando, por falta de dinero y con cada vez menos afectados por tuberculosis, se empezaron a cerrar plantas del edificio y los enfermos que quedaban se trasladaron al Hospital de Terrassa. Ha vuelto al Tórax un par de veces, sobre todo para reunirse con su gente que “eran como una familia”.

Maria-Teresa Rojas Pomar también trabajó allí, y remarca cómo hay gente a la que «le gusta hacer gracia», difundiendo historias falsas y exageradas del hospital. Según explica, la gestión del sanatorio cambió en función del período y dirección y, aunque inicialmente era más «primaria y sencilla», con los años fue mejorando a medida que se desarrollaban nuevos medicamentos.

«En 30 años hubo unos 30 o 35 suicidios, en el tiempo que yo trabajé allí recuerdo dos». Formó parte del equipo administrativo del Tórax entre 1973 y 1984 y acepta que «la alimentación era insuficiente y no muy buena», pero que la limpieza «nunca había sido una queja». Al igual que Carmen, rechaza totalmente la idea de los hechos paranormales; «no es que no crea en ello, es que sé que es falso».

Después de la visita que me ha hecho Thor intento rondar por mi cuenta por el edificio, a ver si es cierto eso de los fantasmas, pero enseguida viene a buscarme el agente de seguridad. Me acompaña a la puerta de malas maneras y yo me disculpo «perdona, no sabía que no se podía subir».

Otra vez hace más frío

Camino un poco por los alrededores del Parc Audiovisual y entro en un camino estrecho. Otra vez hace más frío y dejo de sentir el ruido de la carretera a medida que me acerco a la parte trasera del sanatorio. Me quedo unos segundos mirando el impactante edificio color crema,
calculando mis posibilidades de saltar la valla.

«¿Buscas algo?», sé que alguien me habla, pero a mi alrededor no veo más que oscuridad. Estoy a punto de correr cuando la silueta de un hombre se me acerca. «¿Buscas algo? Esto es privado». Miro a mi alrededor para ver si hay alguna valla o señalización que quizás he pasado por alto y una vez más me disculpo «perdona, no sabía que no se podía estar aquí».

A poco más de un kilómetro del Hospital del Tórax está el pantano de Can Bogunyà, comúnmente llamado Llac Petit, que aunque esté fuera del complejo sanitario también queda manchado por historias oscuras. En 1991 estrangularon a una chica de 16 años mientras iba hacia el pantano, y en 1993 encontraron el cuerpo de un Mosso d’Esquadra asesinado con su propia pistola. El último fue en 2006, cuando se encontró el cuerpo de un hombre envuelto con una lona y atado de manos y pies.

Avanzando con pasos rápidos la ruta se me hace más larga de lo que recordaba y, solo iluminada por la linterna del móvil, casi no veo la gran extensión de agua cuando la tengo delante.

Según explica Thor, una vez les daban el alta, muchos pacientes «solos y desamparados», sin nadie que los viniera a buscar, «se tiraban al Llac Petit y morían ahogados dentro». Me quedo un rato mirando sus aguas negras y cuando siento demasiado silencio y soledad doy media vuelta.

Pere Miret i Cuadras afirmaba que desde la apertura del Tórax «se habían acumulado todo tipo de sujetos». Era común que hubiese personas con deficiencias mentales, sin familia, o abandonados que utilizaban el sanatorio «como casa de huéspedes».

Maria-Teresa coincide con él y asume que «darles de alta podría haber sido un problema». Por eso, en algunas ocasiones, se quedaban en el hospital ayudando con algún tipo de servicio como, por ejemplo, cuidarse de la biblioteca.

Volviendo por la carretera en zig-zag empiezo a entender por qué hay tanta diversidad de opiniones, puntos de vista e historias sobre el Tórax. El hospital fue gestionado de muchas maneras diferentes durante su existencia y las historias trágicas que se vivieron allí, aunque fueran pocas, siempre perduran más en la memoria y venden más en libros, visitas guiadas, o programas de televisión.

Por eso, entre los habitantes de Terrassa es habitual pensar en fantasmas y misterios cuando escuchamos «Hospital del Tórax», mientras que Carmen Cruz piensa en todo lo que aprendió en el sanatorio y cómo allí, después de una mala época, «las compañeras la ayudaron a ser persona, a ser mujer, y saber enfrentar las cosas». Mientras tanto, en los platós de televisión siguen diciendo que oyen los gritos de los enfermos que saltaban desde el noveno piso, y nunca podremos saber con certeza si es verdad o no.

El regreso a casa se me hace mucho más corto.

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