MónTerrassa
Los niños perdidos de la riada del 62 en Terrassa

En septiembre de 1962 Terrassa sufrió la peor tragedia natural de su historia. Unas 300 personas murieron o desaparecieron con la bajada del agua en el Vallès Occidenta. Desde hace 20 años, la Asociación Niños Desaparecidos de la Riada de 1962 investiga si parte de los niños de los cuales nunca más no se supo nada fueron en realidad robados para venderlos a familias de todo Europa.

La agencia ACN recuerda aquellos momentos. Antonio Martínez y José Hernández trabajaban en la empresa AEG, y al salir de su turno quedaron golpeados por el fuerte ruido del agua y la negrura que los rodeaba. Naturales almerienses, habían venido en Cataluña a buscar trabajo y futuro. Los dos se habían instalado alrededor de la riera de las Arenas, pero José había podido comprar un piso en los bloques de Sant Llorenç, algo más alejados de su curso. «Al llegar a la altura de la riera solo se sentía agua y no se veía nada», relata Susana Escalera, nieta de José y secretaria de la Asociación Niños Desaparecidos de la Riada de 1962.

El corazón se les heló cuando llegaron a casa de Antonio. No había nada. Todo y un primer intento para encontrar alguien, las condiciones lo hacían imposible. Él siguió buscando, pero José fue a casa y le dijo a su mujer que preparara café, que con la alba tenían que bajar a la riera a ayudar.

Casas completamente derruidas, barro por todas partes y desesperación de muchos vecinos que no encontraban sus familiares. El paso de las horas y las tareas de rescate permitieron encontrar algunas de las personas atrapadas entre el escombro, pero también muchos cuerpos para los cuales ya no se  podía hacer nada.

La mujer de Antonio, Manuela, consiguió sobrevivir a la fuerza del agua. Sus dos hijos, pero, no corrieron la misma suerte. Ángel, de 6 años, apareció muerte corriendo allá. De Antonio, de tan solo 3, nunca más supieron nada. «Mis padres supieron en el ninguno de unos días que en Matadepera había un albergue, y al llegar vieron un amigo de Antonio, pero él mismo los dijo que allá no estaba», explica Ana Martínez, hija de Antonio y Manuela y presidenta de la asociación. «Fue el peor día de su vida», añade en declaraciones a ACN. La desesperación le hizo seguir buscando: «Miraba a la riera si encontraba su pijameta, y en los parques confundía los niños con el suyo», relata.

Su padre decidió que no buscarían más: «Se estaban volviendo locos», explica Ana. Más tarde, la familia se rehizo, y tuvieron tres hijas más, todas niñas, entre ellas Ana. «Mi padre no ha querido hablar nunca más de aquella noche», relata, una herida que permanece abierta a la familia desde hace 62 años.

La tragedia destruyó familias enteras

La tragedia destruyó familias enteras, en gran parte por no haberse podido despedir de los seres queridos que desaparecieron riera abajo. Este hecho generó siempre un punto de desconfianza, porque muchas familias sospechaban que sus hijos podían ser vivos.

Hace unos 20 años, parte de estas familias decidieron buscar respuestas en su desazón a través de los archivos públicos. «Encontramos un conjunto de cartas, y vimos que algo pasaba, había donde se pedían niños en adopción y otros que buscaban familiares perdidos», explica Ana Martínez.

Entre las misivas que se conservan al archivo comarcal hay de Córdoba, donde el rector de la Veracruz, Isidoro Castaño, se dirigía al alcalde de la época, Josep Clapés, para trasladarle que un matrimonio sin hijos de la parroquia, Antonio García i Josefa Pintor, se ofrecían para adoptar específicamente «una niña de unos tres años». En otra, un matrimonio también sin hijos, en este caso de Aragón, también reclamaba al alcalde una niña: «Enterado que en las recientes inundaciones ha quedado orfeneta una niña de unos seis meses, lo escribo con el fin de solicitar si me hacía el honor de conceder la mencionada niña para criarla entre nosotros y adoptarla como hija, vista la desgracia que la afecta», redactaba el hombre, Florentín Perera, recuerda Albert Segura a ACN.

El Ayuntamiento también recibía cartas del extranjero, como la de José Planells, desde Luxemburgo: «No soy ningún millonario, soy un obrero, pero mi sueldo me permite poder adoptar una o dos criaturas», destacaba en el redactado. Estas peticiones, con una concreción muy grande, ligan con recortes de diarios que también encontraron al archivo, como el de un artículo publicado en ‘La Vanguardia’, en que se explicaba la desesperación de una madre que buscaba sus dos hijas desaparecidas en el barrio de las Fuentes. «Fueron recogidas por un Seat blanco la noche de la inundación», se relata en el documento.

Estas evidencias no hicieron más que acentuar las sospechas que quizás algunos de los niños desaparecidos en realidad habían sido robados para entregarlos, seguramente con pago previo, a familias de todo el continente.

La clave, aseguran desde la asociación, seria encontrar alguno de los niños que puedan sospechar que fueron robados, que hoy rondarían los 70 años la mayoría de ellos. Otra opción seria encontrar alguien que certificara la acción de los gobiernos de la época, ya fuera lo del Estado como el municipal, para traficar con los menores afectados por la tragedia.

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