El año 1904 llegó a Terrassa el primer automóvil. Pronto aumentó el parque de coches, por lo tanto, fueron necesarias las gasolineras para alimentar los motores de los coches. Es por eso que se empezaron a construir surtidores individuales a lugares estratégicos de la ciudad. Tal como recuerda el historiador Joaquim Verdaguer, cuando se diversificó la gasolina en varios grados de octanos, y al tener que servir diésel, empezaron a construirse estaciones de servicios que ofrecían carburante por camiones, automóviles, motosi, y además aire, agua, petróleo doméstico y recambios. Ya a finales del siglo XX empezaron a transformarse, también, en pequeños supermercados.
Una de las principales gasolineras de Terrassa se encontraba en pleno Centro y en una plaza de lo más transitada. Costaría hoy reconocerla si no te fijes con pequeños detalles de edificios o de estructura de la calle, puesto que actualmente, la rotonda como tal no existe, y la parte derecha de la imagen es totalmente diferente. Estamos hablando de la plaza Anselm Clavé y la gasolinera Cal Jové. La imagen que podemos ver fue tomada en 1955 y desde entonces, la plaza ha cambiado muchísimo.
El primer semáforo de Terrassa
En medio de la calle de la Font Vella. De muy antiguo había estado de doble sentido de circulación, primero por los carros que pasaban y después por los vehículos de motor que tanto subían como bajaban. Cuando la circulación de vehículos se hizo más intensa, hacia los años 50 del siglo XX, se vio la dificultad que suponía cuando se encontraban dos vehículos uno subiendo y el otro bajante, puesto que la anchura de la calle no los dejaba pasar al mismo tiempo. En enero de 1953 se menciona que ya existen y de hace muy poco. La solución fue poner un guardia urbano con salacot al poyo de la entrada de hace Cal Labòria, único lugar desde donde se divisan los dos extremos de la calle. El agente manejaba de forma manual una manilla que le permitía dominar los semáforos que se instalaron en ambos lados y así podía dejar pasar a unos y otros vehículos de forma alternativa.
La manecita se la llevaba al finalizar el turno de forma que cuando ella no estuviera no la pudiera accionar nadie. Se hacían dos turnos, una por la mañana y la otra por la tarde, y cuando se sacaba la manecilla se dejaba accionado en verde el semáforo de bajada y en rojo lo de subida que había a la esquina con la plaza Vella, de forma que ningún vehículo podía subir por la calle en dirección al Passeig y así se evitaban atascos. Si os fijáis, en la pared de la derecha de la antigua sastreria Labòria veréis que todavía es visible un parche con que se tapó la caixeta que tenía el mecanismo que permitía accionar el semáforo. Y, si todavía observáis más, veréis que el suelo del poyo está bastante más gastado el de la banda derecha (donde se ponía el guardia) que el de la banda izquierda a pesar de ser donde había la puerta de acceso a la sastreria. Pues bien, este suelo gastado se debía al fregadís del guardia que se tenía que pasar tantas horas de pie.