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El restaurante de La Mola se desmonta poco a poco

El restaurante del monasterio benedictino de Sant Llorenç ya es historia. Desde hace un mes el servicio ya no funciona. Y poco a poco van desapareciendo los elementos que lo conformaban. Ahora se ha dado un paso más y se han desmontado las típicas tablas de madera instaladas en la zona del mirador y ante la chimenea. La zona donde cada año comían unas 25.000 personas un pan tostado con ajo y tomate, unas judías con tocino, una ensalada, una morcilla, y todo acompañado de un refresco o de un porrón de vino tinto del Priorat, aunque a veces alguien optaba por la sangria de cava.

Desde hace un mes, nada es lo mismo en el sitio más emblemático del Parc Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac, y el restaurante es solo un recuerdo. Aun así, los usuarios habituales no lo olvidan, y se hacen eco entre los amigos y en las redes sociales. Entre ellas, Gemma Montserrat, que ha colgado imágenes de las mesas a punto para ser trasladadas a otro lugar. Fotografías nocturnas y melancólicas: «tantas y tantas horas, risas. Y buenos ratos…» escribe en su muro de Facebook.

Los comentarios de la gente

Dani Briche dice: «El restaurante también era un motivo de reunión de amigos excursionistas. Una parada para recuperar fuerzas. Continúa el motivo de subir, pero por algunos marcará la reunión social. Al final abandono del conjunto y degradación.» Marquitus Cervino comenta en el post de Gemma Montserrat: «Si quieren abrir un «restaurante» sin producir basura ni transporte… si no dejan una Nespresso enchufada a una placa solar y que cada cual suba el agua y las cápsulas, ya me dirás qué harán…» Joan Ramos Borràs apunta: «No interesa a los políticos la felicidad de las personas, y menos que se reúnan.»

Y Enric Ciscar decía: «Un más que la Ilustrísima Diputación de Barcelona obligó a cerrar el Restaurante de La Mola y van…: Toda la gente que sube a la cumbre (que es lo que querían eliminar); dos informadores cuatro horas al día; Infinidad de papelitos y de «pixadetes»; no hay luz, no hay agua, no hay vigilancia 24 horas, no hay alegría, no hay servicios/lavabos, no hay proyecto, no hay museo; ya no queda buen rollo y las mulas se van. La todo poderosa Diputación queda en ridículo ante una empresa humilde y privada que hizo que esto funcionara y se convirtiera en un icono durante más 50 años y ellos no han sido capaces de hacer nada, ni siquiera de vigilarlo bien».

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