El pasado sábado 15 de noviembre tuve la ocasión de participar en la entrega de premios de la edición de este año del Terrassense del Año, que organiza desde 1969 el Centre Cultural El Social, que forma parte de la Fundació Centre Social Catòlic. En las palabras que dirigí a los asistentes, reflexioné brevemente sobre el sentido de la esperanza.
No en vano, el papa Francisco, de feliz memoria y recuerdo, quiso dedicar este año 2025 a la esperanza como una actitud y una virtud necesaria en el actual contexto mundial a nivel social, político, económico y existencial. El actual papa León ha dado continuidad a este año jubilar en la Iglesia Católica. Recuerdo que un profesor en la facultad nos decía a los alumnos que un cristiano no puede ser optimista o pesimista, debe ser una persona esperanzada.
El pensador y filósofo Francesc Torralba afirma que “la reflexión sobre la esperanza constituye un tema central de la filosofía clásica y contemporánea” y recuerda que, aunque actualmente pueda quedar difuminada, “la esperanza como virtud humana es crucial para el desarrollo de la persona, de la familia, del trabajo y de la sociedad”.
Benedicto XVI afirmaba que la esperanza es una virtud performativa, con capacidad de “producir hechos y cambiar la vida”, porque, y vuelvo a citar a Torralba, “en la matriz de la persona esperanzada está el germen de la rebelión y de la disconformidad”. La persona que vive con esperanza lucha, se esfuerza, trabaja, se dedica para transformar una realidad no siempre agradable. Y puede cansarse, y puede desanimarse, porque citando de nuevo a Benedicto XVI, “la esperanza se relaciona con la virtud de la paciencia, que no desfallece ni siquiera ante un aparente fracaso, y necesita de la humildad”. Y tal como afirmaba el gran poeta y ensayista francés Charles Peguy “la esperanza no camina sola». «Es como una niña pequeña que atravesará los mundos, llevando a otros”, aseguraba.
En este año dedicado a la esperanza, el papa Francisco afirmaba que “todo el mundo espera». «En el corazón de cada persona, está la esperanza como deseo y espera del bien, incluso ignorando lo que el mañana traerá”, decía el Pontífice. Y continuaba: “por eso, es necesario poner atención en todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. Los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, requieren ser transformados en signos de esperanza.”
El esfuerzo de la campeona mundial de trial Berta Abellán por apuntar siempre, con humildad y constancia, más alto en la consecución de metas personales; la dedicación de Estel Cardellach para ayudar a tener una mejor comprensión de los cambios climáticos que reconfiguran nuestro planeta y buscando, desde la curiosidad, una complicidad más estimulante entre la ciencia y la sociedad; o el compromiso evangélico de Lídia Muniesa para vivir y ayudar, a través de la capacidad musical del ser humano, a superar las dificultades de exclusión social en un barrio necesitado de trabajo inclusivo y de integración como es Ca n’Anglada son signos de esta esperanza que pueden ser fuente de inspiración y dar visibilidad a un mundo mejor, para un país mejor, una sociedad mejor, para una Terrassa mejor.

