Maria Rosa es una de las obras más conocidas de Àngel Guimerà, junto con Terra Baixa y Mar i cel. El dramaturgo la escribió en 1894 para la actriz María Guerrero y teniendo como referente unos hechos ocurridos en Solivella (Tarragona) a mediados del siglo XIX, durante la construcción de la carretera que debía atravesar la villa.
El grupo de Teatro ACR Fals pone en escena en el Premio Ciutat de Terrassa de Teatro este drama que tiene como ejes vertebradores, por un lado, el triángulo amoroso formado por Maria Rosa, Andreu y Marçal; y por otro, el retrato de la clase trabajadora, de sus costumbres morales (la iglesia, el alcohol, el cortejo…) y sus condiciones sociales.
La protagonista, Maria Rosa, es una mujer alegre y decidida, casada con Andreu, vendimiador primero y posteriormente, peón caminero. Un personaje citado, pero que nunca pisa escena. Su vida da un giro de 360 grados cuando es acusado injustamente del asesinato del capataz de la obra de la carretera y enviado a una prisión de Ceuta, donde muere al poco tiempo. Su amigo Marçal, enloquecido y posesivo, aprovecha la situación para casarse con la viuda. El descubrimiento del verdadero asesino conducirá al trágico desenlace final.
El auditorio se adentra en una sociedad donde incluso las mujeres que parecen empoderadas: Maria Rosa sabe leer y escribir, hecho muy poco frecuente entre la población pobre de la época; son un objeto, una posesión terrenal más, que existe únicamente para casarse y cuidar del marido y los hijos. Una concepción obsoleta que, lamentablemente, en pleno siglo XXI vuelve a tener numerosos seguidores.
La dirección de Francesc Parcerisas hace brillar la esencia del clásico sin ninguna adaptación, mostrando una visión patriarcal del amor, el odio y la venganza, gracias a las interpretaciones de unos personajes que plantean sus dudas y anhelos: una espléndida Maria Rosa (Sandra Olmedo) y un Marçal (Damià Casajoana) que hace valer su dualidad en los apartes. En cuanto a los secundarios, cabe destacar las serenas intervenciones del astuto Gepa (Josep Centelles), las alocadas e incomprensibles del «Dues unces» o las disputas matrimoniales entre la Tomasa (Rosa Xavier) y Quirze (Pere Sellarés), con una comicidad explotada al máximo y movimientos muy bien orquestados.
La pasión sexual aparece con pinceladas contenidas: la de Maria Rosa, a partir de un sueño donde todo debe sobreentenderse; la de Marçal, cuando cuenta como un gallito delante de los compañeros cómo se excitaba mientras Maria Rosa lavaba su ropa; y con palabras vacías entre Badori (Albert Herrada) y Maria Rosa. El espectador debe prestar atención a los símbolos de Guimerà para entender mejor el alcance de la tentación (la serpiente y la mujer como embaucadoras); el lobo, depredador y salvaje, como en Terra baixa, sin sentimientos); o el vino y la sangre de Andreu como eslabones de la vida y la muerte.
En cuanto a la escenografía, se ha optado por un fondo de lonas impresas que nos adentran en los campos de cereales o en un hogar de peones, junto con algunos elementos propios del mundo rural y un olor que lo impregna todo de realismo: el de la comida cocinada de verdad, desde las sopas del inicio hasta el banquete de bodas, con el pollo a la cazuela y el descomunal pan de payés: ¡el aroma era potentísimo!
Para cerrar el espectáculo (hay otro entre actos) se opta por un tableau vivant, técnica teatral propia del siglo XIX, en la que se muestran escenas estáticas con actrices y actores, para crear momentos de gran impacto visual y así cerrar el vaivén emocional del drama.
Y la próxima semana, el 16 de marzo a las 18:00 h, tendremos en concurso La criada de dos amos de Carlo Goldoni.
