Este sábado, día 15 de noviembre, el Teatro Principal acogerá la entrega del premio Terrassense del Año. Este año, el jurado de este certamen organizado por el CC El Social ha reconocido, por primera vez en su historia, la trayectoria profesional de tres mujeres procedentes de ámbitos muy diversos. Ellas son la deportista Berta Abellán, la científica Estel Cardellach y la activista cultural Lídia Muniesa.
Lidia Muniesa Vers creó hace una década el Proyecto Música en el barrio, dentro de la ONG Manantial de Vida que fundó su padre, el pastor David Muniesa. Desde entonces, más de 200 niños se han iniciado en la música en un proyecto ubicado en el barrio de Ca n’Anglada. Desde este «rincón del mundo», como ella dice, ha dado la oportunidad a niños y jóvenes de familias vulnerables de poder acceder a conocimientos teórico-prácticos musicales, y de formar parte de una comunidad que ha roto barreras sociales. Reconocida en el año 2024 con el premio Músico del Año, y este año con el Memorial Àlex Seglers 2025, Lídia recibe ahora un nuevo galardón, que asegura que les ayudará en su misión: conseguir que más niños aprendan música y acercar la música clásica a todos.
¿Cómo ha recibido el premio de Terrassense del Año?
Estoy alucinando! No me lo acabo de creer, porque nosotros estamos aquí, en este rincón del mundo, en Ca n’Anglada… Pero este premio significa que la ciudad valora el trabajo que desde el esplai musical estamos haciendo, y eso es fantástico. Por lo tanto, significa que vamos bien y eso para nosotros es fantástico porque necesitamos tener la mayor visibilidad posible.
Después de tantos esfuerzos puestos, tantas horas dedicadas, recibir ahora estos premios, ¿le hace ver que ha valido la pena?
Sí, pero ha valido la pena por lo que es en sí. Nos lo pasamos tan bien haciendo esto… El esfuerzo es descomunal, es verdad. Cuando trabajas de maestra y acabas tu jornada laboral, y vienes aquí y continúas haciendo de maestra, es duro. Pero es tan diferente, aquí tengo una escuela de música que va creciendo y eso me da una gran satisfacción. Lo que de verdad me recompensa es poder continuar haciendo este trabajo y contribuir a hacer un mundo mejor. Y cuando cierro la persiana, la cierro con una sonrisa.
Vamos al inicio, al momento en que decidió iniciar este proyecto.
No fue algo pensado desde un despacho o una decisión tomada en grande, de decir tendremos más de 60 niños y 10 profesores. ¡No! Empezamos con una quincena de niños y tres profesores. Fue un planteamiento como el que planta una florecita, con la idea de contribuir con un proyecto más en esta ONG (Manantial de Vida), que ya lleva treinta años en el barrio. Lo que pasa es que, de una forma natural, ha ido creciendo. En estos diez años lo hemos regado cada día, y se ha hecho desde el corazón. Ha crecido con vida propia gracias a todo el amor que se le ha puesto.
Lo habéis regado tanto que ahora ya es un jardín entero…
(ríe) Si llego a pensar que esto me iba a suponer tanta responsabilidad como tengo ahora sin dejar el trabajo que estoy haciendo… me habría dicho que era una locura. Ahora mismo estoy con dos cosas muy potentes. Por un lado, trabajo en una escuela privada en Sant Cugat. Por otro, tengo un proyecto de barrio en Ca n’Anglada, uno de los barrios más vulnerables de Terrassa. Son dos mundos completamente diferentes.
Diferentes pero con puntos de unión.
La música, claro. El hecho es que es muy bonito romper estas barreras sociales que tenemos. A mis alumnos de Sant Cugat los invito a tocar aquí porque quiero romper esas burbujas que se crean. Quiero que toquen juntos, que vengan a la orquesta. Y como ellos, también quiero que vengan niños de todo Terrassa. Y nosotros ir a toda Terrassa, porque los conciertos que hacemos los podemos hacer en el Centro o en cualquier otro barrio. Lo que quiero potenciar es esta mezcla porque una de nuestras misiones, como proyecto, es que la música clásica llegue a los barrios desde la raíz, creando un vínculo con las familias y con el lugar donde toquemos. Y aumentar el poder de convocatoria entre las familias para que vean que estamos haciendo un bien para sus hijos.
Son muchos años detrás creando esta confianza.
No se ve pero sí. Ver cómo se rompen las reticencias es lo más bonito. El proyecto Música en el Barrio engloba diferentes patas, una es el Piano en la calle, otra la Orquesta, y otra este esplai musical. Aquí es donde reunimos a niños y niñas de entre 3 a 18 años y les enseñamos a cantar o a tocar un instrumento, pero también todos aquellos valores que nos da la música, como el respeto, el esfuerzo, la disciplina… Y lo hacemos con diversión, con palomitas, ¡si es necesario! Aquí se encuentran en un espacio de libertad y de confianza, en un ambiente más relajado, porque está comprobado que es así como los niños sacan lo que tienen dentro. Aprenden sin presiones, sin miedo, muy lejos de lo que hicimos nosotros. Y lo más sorprendente es que disfrutan y comparten entre ellos, se enseñan melodías y canciones, y eso les hace querer no irse de aquí.
Por eso es Esplai y no Escuela de Música?
En realidad somos una escuela de música, pero yo lo llamo esplai. Creo que es la manera que mejor define nuestra forma de enseñar, más lúdica. Quiero que el niño desde el primer día pueda llegar a casa tocando una canción. Al principio trabajamos mucho por imitación, y poco a poco vas compaginando lectura, ritmos, vas profundizando en la teoría pero siempre con la práctica de la mano. Siempre con disfrutar como lema. Por eso, con la música siempre como eje vertebrador, tenemos el concurso de dibujo o el taller de teatro, o incluso, un huerto.
Uno de los ingredientes del éxito del esplai son sus monitores.
Son esenciales. Una de las particularidades es que año tras año van cambiando porque nuestros profesores son estudiantes. Estudiantes de carreras muy diversas, como biología, filología, bioquímica… Gente muy joven que tienen estudios musicales y que están muy interesados en trabajar en algo que les motive y les guste. La ventaja es que organizamos los horarios ajustados a las necesidades de los niños, pero también de los profesores, es todo un poco un rompecabezas. Y lo más bonito es que los profesores hacen piña entre ellos. Y, además, tenemos grandes profesionales y concertistas que nos vienen a visitar, que participan en los conciertos y que nos apoyan, gente de alto nivel que nos ayudan a dar un paso más para difundir la música clásica.
¿Y su papel? ¿Ya no da clases?
Cada vez menos. Prefiero que lo hagan los jóvenes. Yo me dedico a enseñarles a enseñar, porque aquí lo hacemos muy diferente de lo que ellos están acostumbrados en el Conservatorio. Mi trabajo es empoderarlos y darles la seguridad de poder ponerse delante de un niño. Les doy todas las herramientas y recursos que tengo con estos veinte años de experiencia y la suerte de tener todos los programas que utilizamos en la escuela donde trabajo, vinculada al Conservatorio del Liceu, para que se las hagan suyas y lo desarrollen. También está la parte dolorosa de las salidas, porque aquí en el esplai todos estamos de paso, pero eso es parte del proceso.
¿Qué retos de futuro se plantea el proyecto?
Tengo como prioridad crear la orquesta de Ca n’Anglada. Que los músicos ya los tenemos y el grupo también, pero me gustaría constituirla como tal, con la voluntad de llevar la música a todos los barrios. Sería fantástico. La otra apuesta sería replicar este esplai musical en otros barrios de la ciudad. Ahora estamos en Ca n’Anglada. También comenzamos en La Maurina… Pero cuesta tanto aguantar ya aquí. Pensando en el futuro, si el año que viene me jubilo, creo que podré poner todas mis energías en este proyecto. Y así podríamos llegar a más barrios y continuar creciendo en la divulgación de la música clásica y en dar enseñanza musical a niños que no podrían acceder a estudios musicales.
Porque el esplai musical es también un lugar de acogida.
No todos los niños que tenemos aquí necesitan ayuda económica, aunque los que lo requieren son becados. Pero sí es cierto que tenemos familias que se apuntan y que su situación es muy precaria, incluso en términos de residencia. Algunos se inscriben y ves que tienen solo un permiso de 3 meses. Nos encontramos con niños de paso porque sus familias están aquí de manera temporal.
¿Y no sorprende que se apunten a pesar de esta volatilidad personal?
Al principio sí que lo hacía, ahora ya no. Hay quienes están aquí por un tiempo y si les sale trabajo en otro lugar, se acaba el esplai. Me he encontrado con alumnos buenísimos que han estado aquí medio curso y se los llevan. Y puede resultar frustrante, por el tiempo y horas que has invertido. Pero igual que salen, vuelven a entrar, y muchos puedes trabajar con ellos en profundidad. Además, para mí lo bonito es que el tiempo que hayan estado aquí les sea enriquecedor, que les haya aportado cosas y los valores de la música. El recuerdo siempre lo tendrán, y eso es lo más gratificante.
Muchos de estos niños deben ser usuarios del banco de instrumentos del esplai.
Exacto. Debemos tener presente que tenemos alumnos cuyas familias no pueden o no están interesadas en dar un apoyo extra al niño para que aprenda música. Por eso nació también el banco de instrumentos, que ha ido creciendo con los años, para aquellos que no se lo pueden comprar también puedan tocarlo. Siempre digo a mis conocidos que si tienen un violín, una guitarra o cualquier instrumento en casa que ya no usen que nos lo traigan, que le daremos una nueva vida. Gracias a eso también hemos podido hacer la orquesta. Y gracias a mucha gente que nos ayuda, como el URKO Luthier que nos arregla gratuitamente los instrumentos que nos regalan, o transportistas que nos llevan los muebles de un lado a otro, o los técnicos de sonido… Tenemos alrededor toda una serie de personas que hacen crecer el esplai musical y el proyecto Música en el Barrio.
Para terminar, ¿qué le ha aportado a Lídia Muniesa el esplai musical?
Bueno, yo era pianista y estuve veinticinco años trabajando en el sector de la ilustración y las artes gráficas. Después entré en el ámbito de la docencia. Desde muy joven, sin embargo, había sido monitora de esplai de colonias. Así que en estos últimos diez años de mi vida he juntado estas dos vertientes. No he dejado de ser artista ni creadora, porque el esplai representa mi creatividad entregada, es mi nuevo proyecto artístico. De hecho, continúo también creando música porque muchas de las melodías que mis alumnos tocan son creaciones hechas por mí. Por otro lado, Música en el Barrio me ha hecho crecer como persona, también en la solidaridad y en madurez. Y, sin buscarlo, me he acabado convirtiendo en una activista social y cultural porque ahora, mi misión es hacer un mundo mejor a través de la música y de todo lo que nos enseña.


