Antoni Fernández Cruells se jubila. A muchos les sorprenderá, pero la cara visible detrás de la tienda Artesans del marc, en la calle de Sant Quirze, ha decidido que era hora de «plegar velas». Esta semana ha sido la última al frente del establecimiento, y ha tenido trabajo hasta el último momento despachando los últimos encargos y comunicando la noticia a sus clientes. No ha sido una decisión fácil, asegura a MónTerrassa, porque «de buena gana» él habría aguantado aún un par o tres años más. Sin embargo, «me he cansado de la burocracia, a pesar de que mi trabajo me gusta mucho, al final me ha desgastado», lamenta.
Así que con más de cuarenta años trabajados y con un negocio que reconoce que en los últimos tiempos «me he ganado bien la vida, porque no hay demasiados enmarcadores en Terrassa», pone punto final. La buena noticia para sus clientes es que ha encontrado quien continuará levantando la persiana cada día. A partir del mes de enero, Artesans del marc tendrá nuevos propietarios que intentarán ganarse el cariño de los terrassenses amantes del arte y mantener viva la llama de esta mítica tienda. «Es emocionante ver cómo muchos de los clientes me dicen que les sabe mal que me retire porque siempre los he tratado con mucho respeto. Pero ahora toca decir basta, jubilarme y pensar en otra historia», confiesa.
Buscar el ligamen entre el cuadro, el marco y la persona
Una historia que comenzó hace 20 años cuando decidió convertirse en emprendedor y montar su propio negocio. Había estado trabajando durante más de dos décadas con el Creus hasta que este se jubiló. Entonces encontró un local, cerca de donde antes trabajaba, que estaba muy bien de precio y era céntrico. Nació así «Artesans del marc». «Me lo he pasado muy bien, me ha gustado mucho mi trabajo», y eso que recuerda que entró en este mundo un poco por casualidad, porque él había hecho mecánica del automóvil y había comenzado como mecánico. También había trabajado de camarero. Hasta que por esas cosas de la vida fue a parar a casa Creus.
Seguramente, por una de las cosas que Antoni Fernández es apreciado es porque para él cada pieza que el cliente le lleva merece su dedicación. «Sé que para ellos es especial, y por eso yo miro la pieza y propongo diferentes opciones», hasta encontrar una con la que ambos estén satisfechos. Eso no quiere decir, sin embargo, que no se haya ido adaptando a los nuevos tiempos y haya evolucionado, más allá de unas modas que afirma que son cíclicas, él siempre ha mirado de frente los retos, «he buscado hacer cosas que los demás no hacen, tratar de conseguir un efecto único y especial, jugando con las alturas, el tipo de marco, la escuadra americana…».
Afirma que la salud de los marcos es buena gracias a los últimos años en que ha dado «un giro». Ahora la gente joven vuelve a querer tener cuadros, litografías o fotografías que tengan un significado para ellos colgadas en las paredes de casa. «Lo que hago es buscar el ligamen entre el cuadro, el marco y la persona», explica Antoni, siempre teniendo presente también el lugar concreto donde se ubicará. Se muestra orgulloso porque «muy poca gente me ha dicho que el trabajo no le ha terminado de convencer».
Historias de un artesano del marco
La otra gran pasión ha sido la restauración de obras de arte. Por sus manos han pasado piezas muy valiosas de artistas terrassenses y catalanes. Lamenta, sin embargo, que «cada vez hay menos obras artísticas; las hemos ido olvidando», y eso ha hecho que este ámbito, que era también emocionante y creativo, sea cada vez más esporádico.
Finalmente, echando una mirada atrás, recuerda varios trabajos que fueron muy especiales. Uno era un cuadro dorado, de aquellos que tienen tantas formas imposibles que requieren una artesanía de primera mano para encajarlo. «Me lo trajeron en una bolsa y era grande, más de un metro veinte, y estaba todo destrozado. Lo restauré y monté todo lo que era la madera y la hoja, quedó fantástico», rememora. También un portafotos muy pequeño que lo construyó a base de trozos de moldura hasta conseguir una pieza única. O bien un reloj con formas muy extrañas que estuvo en el escaparate mucho tiempo y que aún ahora alguna clienta le recordaba.


